Estuvimos
días enteros armando tabaco. No teníamos otra cosa que hacer. La lluvia sucia
entraba por los poros del monoambiente de Marcos. El hijo de puta tenía todavía
una tonelada de mis libros. Decía que había estado internado innumerables veces
y que había escrito novelas irreales en cada una de sus internaciones. Según él
los antipsicóticos le daban el "vuelo" suficiente para escribir como
los dioses. Yo no había leído absolutamente nada de él. A veces me preguntaba
si realmente no estaba muerto.
- La gente enamorada es peligrosa, Andrés.
Yo seguía armando tabaco. Habíamos pasado dos días sin hablar. Marcos era otro
mito falso.
- No vomitan, se compran cepillos de dientes y autos familiares. Se olvidan de
la muerte.
Dentro del único armario estaba mi guitarra. Sin cuerdas. La agarré, la sostuve
un rato largo por el cuello. Tenía marcas de lápiz labial y sueños rotos. La
tiré fuertemente boca abajo como si fuese el pasado entero.
Los monólogos de Marcos se escuchaban lejanos. Se suponía que debería estar escuchando.
Tenía ganas de estrangularlo amablemente. El secreto de un asesinato es la
sinceridad.
Levanté el teléfono y llamé a Ana. Nadie respondía. Colgué. Había recuperado su
libro de Kerouac. Me dolía hasta el fondo de mis ojos. Me los cubrí fuertemente
con ambas manos. Toda mi vida me había sentido atrapado en una vieja película.
- Somos contratiempos, constantemente modificados por nuestros propios
pensamientos.
- Ya tengo el libro Marcos, me voy.
- ¿La vas a ver?
No respondí.
- Sos un tipo antiguo.
- Lo sé – mentí.
Salí desde el edificio y me encaminé derecho por cualquier avenida parecida a
Paseo Colón. Era un día exageradamente espeso. Inexact
amente entre el puente de
la mujer y el puerto una anciana vendía cruces de plástico. La evité y caminé
hasta cruzarme con el Río De La Plata.
Abrí la primera página del libro escrita con un marcador rojo – antes de
morir me quiero ahogar -. Cerré el libro y lo tiré gentilmente hacía el
río.
Mis ojos se mojaron hasta convertirse en un desvío. El sonido de la lluvia era
perfecto.
Alejandro
Caputi 2009